Julio Ríos

@julio_rios

Duro. Por no decir que crudo. Así fue el discurso de toma de protesta del nuevo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, en el cual, intentó hacer escaramuzas retóricas para intentar quedar bien con sus seguidores y al mismo tiempo con los mercados.

A las 11 de la mañana con 23 minutos, López Obrador fue investido con la banda presidencial por su viejo aliado Porfirio Muñoz Ledo, presidente del Poder Legislativo. Luego de doce años de lucha y el derrumbe del PRI, la Cuarta Transformación arrancó formalmente.

Por primera vez, se refirió en contra del neoliberalismo de forma clara. Creo que en esos términos no lo había hecho siquiera en campaña. Y el mensaje que intenta dar es: el erario ya no será la mina de oro de los empresarios que se enriquecieron al amparo del poder. Esto lo dijo con ese estilo que conecta con el pueblo, con el cual todavía – a pesar del desgaste innecesario de los últimos meses- vive una luna de miel.

A muchos decepcionó cuando aseguró que no perseguirá a los corruptos de la anterior administración, aduciendo que no le gusta el show ni buscará chivos expiatorios.  Pero también ilusionó cuando dice que no habrá impunidad. Ni para su familia. “Solo meto las manos al fuego por mi hijo Jesús que es menor de edad”.

En resumidas cuentas, no se refiere a indulto. Sino a que las instituciones de impartición y procuración de justicia (aunque no habrá fiscalía autónoma) hagan su trabajo con independencia al Ejecutivo. Es decir, que quienes investigan y juzgan no lo hagan por órdenes del presidente. Eso, que a algunos escandaliza, es lo que debe ocurrir en un sistema democrático.

En lo que no debe haber perdón ni olvido es en los millones de casos de mexicanos que han sido lacerados por la violencia. Es decir, las desapariciones y los asesinados. En este caso, se lo recordaron a AMLO con el emotivo conteo de los 43 estudiantes de Ayotzinapa.

A los mercados, quizá les alerta cuando señala que no habrá ciertas importaciones, que podría regresar a recetas del pasado –puso como ejemplo a Ortiz Mena- y que se enfatizará una política social para los más pobres.  A las élites les da urticaria cuando se habla de programas de este tipo. Y sacan las uñas. A pesar de que la misión del Estado es la redistribución de la riqueza.

Pero también AMLO intentó – ya veremos el lunes si lo logrará- dar un mensaje de calma a los mercados cuando señaló que las inversiones de empresarios nacionales e internacionales, no serán tocadas y además hasta tendrán rendimientos. Y también prometió que no subirán los combustibles más allá de la inflación.

Y tocó el tema más delicado del país: la seguridad.  Defendió a ultranza al Ejército y a la Marina como las únicas instituciones que pueden salvar al país. Un discurso que contrasta con el de campaña. Es cierto. Las policías municipales y estatales están contaminadas, o son ineficientes. Todo esto lo señaló para justificar la creación de la Guardia Nacional, punto que preocupa.

Y de las consultas, advirtió que continuarán.  Y también, les adelanta a sus críticos que no buscará la reelección. Pero si la revocación de mandato para renunciar a la mitad de su administración si el pueblo expresa que ya no continúe.

Para muchos, el discurso parecía estar en el mismo terreno de una campaña política. Incluso hay quienes decían que no fue un discurso de estadista, pues más bien debo haber tocado líneas generales, y no ser tan específico.

Pero ese ni es el estilo de AMLO.  Su estilo es el que vimos hoy y que para bien o para mal no parece cambiar. Duro. Directo. Y hasta emotivo  Genio y figura hasta la sepultura.

Más allá de que AMLO continúe o no encarnando ese personaje que conecta con las masas, lo que si preocupa es que toda la retórica se sigue centrando en la figura de un solo hombre como pilar para sostener los anhelos de transformación de todo un país.

La apuesta del nuevo presidente ya no es crear o fortalecer organismos de control –como es la tendencia de la administración público- para evitar la corrupción. Más bien se apuesta a una desinstitucionalización, en la que solo el Presidente y el pueblo, sin intermediarios, deciden el futuro del país. Tan es así que quiere desplazar a los gobernadores para tener superdelegados a modo, una política la cual debería replantear.

Ni López Obrador, ni nadie, pueden transformar al país por sí solos.  Aunque AMLO llega como el presidente más querido, y como el más votado de los últimos años, requiere de aliados en la sociedad civil. 

Ese bono democrático no debe dilapidarse. Ojalá se entienda.  Y ojalá que por el bien de todos, Andrés Manuel cumpla esa legítima aspiración personal de ser uno de los mejores presidentes de la historia en México.

Porque sí él también nos falla, quién sabe que sea del país.