Julio Ríos
@julio_rios

El Partido Revolucionario Institucional tendrá la derrota más estrepitosa de toda su historia. Y todo parece indicar que podríamos estar siendo testigos del final de la existencia de este instituto político. O al menos, de su cuarto cambio de nombre.

Fundado en 1929 por Plutarco Elías Calles, como un instrumento para perpetuar una dictadura disfrazada de democracia, primero como Partido Nacional Revolucionario y luego como Partido de la Revolución Mexicana y desde 1946, como el PRI, ha habido voces que exigen una modernización del tricolor, que incluya, por supuesto, un nuevo cambio de nombre.

Aunque tuvo una etapa positiva durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, después de ello, el tricolor fue entrando a un proceso de descomposición que tuvo su culmen durante los años 70, 80 y 90, sobre todo, cuando algunos de sus personajes abandonaron los principios del nacionalismo revolucionario para abrazar el credo neoliberal. O mejor dicho, el neoporfirismo, que no es más que el saqueo de los recursos naturales, la cleptocracia y la búsqueda a ultranza de un desarrollo económico sin justicia social.

En al año 2000, luego de siete décadas de hegemonía, el PRI perdió por primera vez la presidencia de la República. En México nada cambió porque en los dos sexenios panistas se continuó con el proyecto neoporfirista. El tricolor se refugió en los Estados, donde algunos gobernadores, como caciques todopoderosos, se dedicaron a continuar el saqueo.

En 2012, el PRI con Peña Nieto, dio el último coletazo (como un dinosaurio a punto de morir que se levanta a correr desesperado antes de caer definitivamente). En varios rincones la cleptocracia se desbordó.

Ahora los ciudadanos lo tienen muy claro: el PRI se tiene que ir para siempre y no van a darle confianza una vez más.

Los pronósticos para el 1 de julio son desoladores. Además de quedar en tercer lugar en la carrera por la Presidencia de la República, tendrá la bancada más pequeña de su historia con un estimado de 52 a 60 diputados y cuando mucho diez senadores. Ni con Roberto Madrazo ocurrió eso.

De las nueve gubernaturas en disputa, el PRI no ganará ninguna. Morena es favorito en cinco, el PAN en tres, y Movimiento Ciudadano ganará en Jalisco, donde por cierto, el PRI está condenado al tercer lugar en la carrera a la gubernatura y  en la capital, Guadalajara, pues el lopezobradorismo es la segunda fuerza.

Ante tal escenario, he escuchado a diferentes actores del priismo comentar, que el PRI podría desaparecer después de 2018. O al menos, cambiar su nombre por cuarta ocasión.

La idea no es nueva. Desde tiempos de Fox y Calderón se hablaba de esta posibilidad. Pero con el triunfo de 2012 y el regreso del «partidazo», esas calenturas se amainaron. Pensaban que todo había vuelto a «la normalidad».

No contaban con que existe una sociedad más despierta e informada. Y a eso se sumaron los escándalos de corrupción política, la crisis de inseguridad y el incremento en los.
combustibles. Finalmente, el tricolor parece desmoronarse definitivamente.

Después de la derrota electoral, los priístas – los buenos, que debe haberlos- deberán entrar a un proceso profundo de reflexión. Si el PRI es rebautizado, los cambios no deben quedarse solo en eso. Si realmente quieren entrar en el Siglo XXI, las modificaciones no deben quedarse a nivel cosmético.

De otro modo, el cuarto cambio en la historia del PRI simplemente quedaría en gatopardismo. Y eso no funcionará.

Los mexicanos, ya no nos chupamos el dedo.