Todos los días 10 mujeres son asesinadas en México. Cada día en nuestro país matan a cuatro menores de edad y desaparecen siete niñas o niños. Y la violencia no es solo del crimen organizado, como pregonan algunos funcionarios. Son sus parejas sentimentales quienes matan en sus casas a las mujeres, con saña y con los métodos más crueles. Como le ocurrió a Ingrid.

O las niñas al salir de la escuela se las llevan para luego asesinarlas de forma atroz. O a Vanesa, cuyo asesino no le importó matarla afuera de Casa Jalisco, residencia del Gobernador del Estado. Es decir, las agresiones ocurren en los lugares donde se supone que deberían estar seguras.

Por eso tiene la razón la doctora Teresa Prieto, integrante de la Academia Mexicana de las Ciencias, cuando dice que la violencia contra la mujeres “es como un monstruo de mil cabezas”.

Un monstruo que está en todas partes. El monstruo es el esposo. El novio. el padre, hermano, tío o padrastro. El vecino, el compañero de trabajo, o el jefe. El pretendiente necio. El chofer de combi. El taxista o el policía. Hombres de todos los niveles económicos o profesiones. Porque se saben impunes.

Un monstruo que está en un Estado indolente que evade su responsabilidad. Un sistema que replica el machismo en todas sus instituciones: en la familia, en las escuelas, en las iglesias –todas-, en las empresas, en los medios de comunicación que revictimizan.

Por donde quiera se asoma la hidra maldita del feminicidio, a la cual le surgen más y más cabezas. Y cuando creemos que ya no hay una forma más cruel de matar a las mujeres, la realidad nos horroriza cada vez más.

Por eso, no se puede vencer al monstruo con flores y caricias. Por eso, las mujeres están dispuestas a hacer arder este país hasta que no quede una piedra. Así debe ser. Ya basta de jugar con las reglas de los opresores. Nadie tiene que decirles a las mujeres de qué manera van a conducir y encabezar esta lucha.

Y ya basta de que el Estado siga mostrando cero empatía con las víctimas. Que en sus respuestas busque sacudirse responsabilidad y sacar miles de pretextos. Ya basta que las autoridades culpen a las familias para evadir sus responsabilidades. O incluso hasta tachar de locas a las mamás, como en el caso de Fátima, en el cual nadie puede negar la cadena de negligencias de autoridades que desembocaron en la tragedia.

Los funcionarios hablan como si el hecho que una pareja o un papá maten a una mujer o a una niña le quitara la gravedad. A pesar de que TODA AUTORIDAD está obligadas a preservar el derecho superior de la infancia de acuerdo a los pactos internacionales de Derechos Humanos.

Y mientras tanto el presidente Andrés Manuel López Obrador ha errado más que nunca el camino. Cero sensibilidad. Pidiendo a las mujeres que no pinten paredes. En lugar de atender las cosas importantes.

Vaya pérdida de foco. Vaya indolencia.