Julio Ríos
Twitter: @julio_rios
 
 
López Obrador tuvo su calvario en 2006.
Falleció y fue sepultado en 2012.  
Resucitó al tercer proceso electoral y ascendió al triunfo el 1 de julio de 2018.

Ese es AMLO. Quien se ha consumido en las mismísimas llamas, que como dragón, salían de sus fauces. Y de sus propias cenizas, siempre se las arreglaba para renacer. 

 
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Verde, blanco y rojo. Otras en el nuevo color nacional: guinda.
Las banderas tapizaban la plancha de El Zócalo. Estaba a reventar. No cabía un alfiler.
El templete, con una megapantalla donde un día después se proyectaría la derrota de los nuevos ratones verdes ante el Scratch Du Oro, recibiría a Andrés Manuel.
La gente estaba feliz. Bailaba. Cantaba. Se abrazaban. Se felicitaban los unos a los otros. Nunca había visto tanto cariño. Tanta esperanza. Por fin, la voluntad popular se había impuesto. Ya no se trataba de una opción impuesta por las élites, sino de una  auténtica manifestación de la voluntad popular en las urnas. Una victoria de mas de 20 puntos no deja lugar a dudas.
«A diez varos el póster. !A diez, a diez! !A veinte el llaverito!», gritaba unvendedor. En una mano, un afiche con el rostro sonriente del presidente electo de México, apretujado entre un corazón❤️ y rodeado con seis letras mayúsculas: AMLOVE. En la otra mano, un muñequito de plástico, de cabello blanco y dos dientitos, como de ratón. Vestido de traje negro, el muñequito traía en el pecho una banda presidencial tricolor.

Tasas, camisetas, cachuchas, banderas. Todo el merchandising de López Obrador se vende como pan caliente en la plancha del Zócalo. No es mechandising oficial, obviamente. Pero el producto más cotizado y difícil de encontrar, eran los Manuelitos de peluch

Mercancia de López Obrador en el Zocalo

e. Panzoncitos y acariciables

«Es un honor estar con Obrador», gritaban miles de gargantas. Como lo habian hecho en el Estadio Azteca. Y en los mitines en todos los municipios del país a los que ha visitado.
La batucada no cesaba en un extremo del Zócalo. Y el mariachi en otra. «Hay, hay, hay, hay. Canta y no llores. Porque cantando cielito lindo se alegran los corazones», explotaban miles de gargantas.
Y apareció el nuevo presidente. «Nuestro presidente», gritaba una chica de lentes de pasta, saco de traje sastre, blusa a rayas, jeans y tenis conversez mientras una lágrima corría por sus mejillas. A diferencia de Peña, repudiado y desacreditado. En el recorrido por las calles de la ciudad, la gente se volcaba en cariño hacia el tabasqueño. Un personaje que se construyó desde abajo. Conviviendo con los más pobres. No con los magn
ates.
«Llamo a todos los mexicanos a la reconciliación y a poner por encima de los intereses personales, por legítimos que sean, el interés general. Como afirmó Vicente Guerrero: La patria es primero”, leía El Peje, mientras las banderas ondeaban.
Y en su mensaje, reiteró que se respetaran las libertades. Por primera vez hizo un guiño a la comunidad LGBTTTQI. Y resaltó el papel de los medios y de las «benditas redes sociales».
«El Estado dejará de ser un comité al servicio de una minoría y representará a todos los mexicanos: a ricos y pobres; a pobladores del campo y de la ciudad; a migrantes, a creyentes y no creyentes, a seres humanos de todas las corrientes de pensamiento y de todas las preferencias sexuales», señaló.
Eso, sin duda, es lo más cercano a un gobierno de izquierda. Luego de que el proyecto neoliberal en las últimas administraciones satanizaba como el peor de los pecados la intervención del Estado en la vida pública y económica.
«Deseo con toda mi alma poner en alto la grandeza de nuestra patria, ayudar a construir una sociedad mejor y conseguir la dicha y la felicidad de todos los mexicanos. Muchas gracias!, Viva México!, Viva México!, Viva México!»
Aquello era todo un acontecimiento. Los festejos se prolongaron hasta entrada la madrugada. Y no sólo había mexicanos. También los visitantes extranjeros se rindieron al encanto de la figura de López Obrador y el triunfo de las masas.
Había puertorriqueños, dominicanos, canadienses, estadounidenses. argentinos, franceses. Todos cautivados por ese magnetismo.

No vi a ningún ruso.

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López Obrador resucitó. A pesar del cierre en Reforma en 2006. De esos exabruptos que espantaban a las «buenas conciencias». Aún a pesar de la Guerra Sucia y de los embates de sus enemigos, a quienes sólo les faltó acusarlo de comer niños en estofado.Líder social auténtico. Nadie puede negar que tiene carisma y magnetismo. Y que sus seguidores lo quieren de corazón. Más de la mitad de quienes ejercieron el voto el pasado domingo apostaron por el. Una mayoría abrumadora, como no se había visto en los últimos años. Quienes decían que AMLO polarizaba al país, quedaron como unos mentirosos.

Siempre hábil para la comunicación política. No tiene Comunity Manager. Él mismo dicta sus twitts a un colaborador cercano, entre cada traslado a los municipios de su interminable gira por el país. No paga millonarios asesores para acuñar sus jocosas frases como «Ese avión no lo tiene ni Obama», o el exitoso mote acuñado durante los debates: «Ricky Rickín Canallín».

Se levanta temprano y desayuna mucho antes que salga el sol. Los aviones y las camionetas eran su segunda casa, recorriendo brechas polvorosas en los municipios mas alejados de México. Andrés Manuel los conoce todos. Las comunidades indígenas, los ejidos, los barrios populares, los puertos marítimos y las ciudades coloniales. En todos ha estado.

Para algunos de sus seguidores, el de 2018 fue un AMLO irreconocible, por el pragmatismo que presumió en este proceso. En sus filas -casi sin control de calidad- admitió por igual a las huestes de Elba Esther Gordillo y de Napoleón Gómez Urrutia, como antes lo había hecho con Manuel Bartlett. El lopezobradorismo abrió un abanico tan amplio, que en el caben personajes de corte casi confesional como Manuel Espino, Gabriela Cuevas, «Chema» Martínez y Hugo Erick Flores, hasta izquierdistas combativos como Paco Ignacio Taibo II, Gerardo Fernández Noroña o John Ackerman.

Para sus detractores – que cada vez son más poquitos- Andrés Manuel seguía siendo el chamuco.
Pero la realidad es que siempre fue el único capaz de derrotar al PRIAN. Quien podía plantarle cara al puñado de políticos y empresarios de élite interesados en que no se modifique el Status Quo para seguir haciendo negocios al amparo del poder público, anteponiendo los intereses de unos pocos por encima del interés general.
A ese grupo que Andrés Manuel bautizó como «La Mafia del Poder». Y qué sí existe. Tan existe, que hay quienes sostienen que para alcanzar la anhelada silla presidencial «El Peje» habría negociado con ellos su victoria a cambio de impunidad.
«¿Y si no….por qué entonces se apresuraron Meade y Anaya a admitir su derrota?», preguntan los suspicaces.
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Me encontré a Alejandro Almazán en el elevador. Iba contento. «No mames. Yo tenía que venir a esta rueda de prensa. Desde hace doce años quería verla. Ver qué dice ahora que por fin ganó», decía a otros colegas.

Los dos íbamos al piso 4 del Hilton. En Reforma, en la Ciudad de México. Para entrar, batallamos mucho. La gente ya se arremolinaba a las afueras del hotel que funcionaba como cuartel de operaciones de Morena.

La calle estaba retacada. Abriéndonos paso, entre codazos a quienes se negaban a moverse y tiernos toquecitos en el hombro a las señoras mayores que estaban atrapadas ente el gentío, como pudimos, mi camarógrafo y yo llegamos hasta la valla.

El emblema chairo por excelencia, Antonio Antollini, nos vio el gafete y le hizo la seña al guardia de seguridad: «Van para adentro».

La gente también le gritaba a Antollini, quien sonreía. La escurrida figura del ex vocero del movimiento #Yosoy132, metida en un ajustado chaleco, era tan alto que con la mano alzada casi alcanzaba el techo del Hilton. Así me lo pareció. Yo no llego al 1.70.

«Ante este viraje derechizante que habíamos visto en países como Colombia, incluso en Brasil, hoy México reasume su liderazgo regional. Y el Sur se vuelve a escribir con mayúsculas gracias al triunfo de Andrés Manuel», explicaba el ex conductor de Sin Filtro a un bloguero que lo grababa con celular.

Habría que preguntarse, qué tan de izquierda será realmente el gobierno de AMLO. Pero esas discusiones de corte ideológico las dejaremos para otra ocasión.

En el Hotel, no cabía un reportero ni una cámara más. «Tenemos a los de protección civil encima. Pónganse abusados», dijo un asistente con chaleco de Morena, preocupado porque el salón seguía llenándose.

En las pantallas ya se veía acercarse, en su pequeño Tsuru, a Andrés Manuel López Obrador, quien a duras penas podía avanzar entre la muchedumbre. Como pudo, entre manoseos y baños de confeti, entró al hotel. Pero primero se reunió con sus  cercanas en una sala de ajustes. Esperaría a que el INE diera resultados oficiales.
Esperó doce años. Podía esperar 40 minutos más.
Luego de una hora de espera, y de mordisquear algunas galletas con café, algo atribulado por la altura de la Ciudad de México, vi como apareció en la pantalla principal de la sala del cuarto piso del Hilton, el consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova. Leyó lo que ya todos sabían porque sus adversarios se habían adelantado a aceptar la derrota: Andrés Manuel arrasó con el 53 por ciento, por 22 de Ricardo Anaya y 16 de Meade. Casi 30 puntos de ventaja.  Los aplausos y gritos de júbilo reventaron en el salón y afuera, en la calle.
Luego, lo que nunca hubiéramos imaginado ver: Enrique Peña Nieto, felicitando a López Obrador por su triunfo. Mentadas de madre y aplausos se revolvieron.
La figura de López Obrador, apareció en cuanto terminó el mensaje de Peña. La rueda de prensa que siempre soñó Andrés Manuel había comenzado.
«Este es un día histórico y será una noche memorable. Una mayoría importante de ciudadanos ha decidido iniciar la cuarta transformación de la vida pública de México.Agradezco a todos lo que votaron por nosotros y nos han dado su confianza para encabezar este proceso de cambio verdadero. Expreso mi respeto a quienes votaron por otros candidatos y partidos», dijo en un tono conciliador. Asumiéndose ya como lo que es: el Presidente Electo de México.
Y mandó un mensaje de tranquilidad a los mercados.  Como lo explicó en campaña, se respetará la libre empresa. Y que se revisarán los contratos del sector energético y del Aeropuerto. Pero con legalidad.

«Habrá libertad empresarial; libertad de expresión, de asociación y de creencias; se garantizarán todas las libertades individuales y sociales, así como los derechos ciudadanos y políticos consagrados en nuestra Constitución».

Cuando bajamos para salir rumbo al Zócalo, en el Lobby, ya todos brindaban viendo el mensaje en las pantallas y aplaudiendo cada frase. A falta de goles de la selección, frases del nuevo presidente.
«Esto se merece un tequila», carraspeaba un cincuentón de pelo largo, canoso, con camisa de mezclilla.
«Salud!», mientras chocaban los caballitos.
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Mientras me trasladaba rumbo a la Casa de Campaña de Andrés Manuel López Obrador en la Colonia Roma, para ir a recoger mi gafette de prensa, me puse a reflexionar cómo el ex Jefe de Gobierno de la Ciudad de México apostó todo por el todo, muchas veces.

Sólo él podía tener el tesón de no rendirse. Luego de dos dolorosas derrotas electorales, prefirió el sinuoso camino de fundar un nuevo partido político, que por primera vez compitió en las elecciones de 2015. La apuesta dio buenos dividendos. En solo tres años se convirtió en la primera fuerza política del país, lo cual sorprende a los analistas internacionales.

Ya con Morena funcionado como máquina aceitada, desdeñó la posibilidad de alianza con el PRD y Movimiento Ciudadano, aliados naturales para su causa. Y privilegió una coalición con el cuestionado Partido del Trabajo y el ultraderechista Encuentro Social.

Para sus adversarios, aquello era un excesivo pragmatismo. Para otros, era señal de que su figura podía convocar al diálogo a diferentes posiciones ideológicas. Para algunos más, era otra locura. Pero esa jugada terminó por funcionales. Al final los del partido cristiano Encuentro Social, como dijo su presidente, Hugo Erick Flores, estuvieron del lado de la historia. Y de las diputaciones  plurinominales….

Nada pudo derribar a AMLO. La guerra sucia ya no hizo efecto. El resentimiento social contra el PRI y el PAN estaban por encima de cualquier estrategia de descrédito contra quien la población veía ya como un mártir de la democracia.

«Andrés Manuel va a perdonar a los criminales», «Va a suspender el aeropuerto y dañará a la economía» «Va a convertir a México en Venezuela». Todo eso quedó en petarditos a los qué ni los niños temen.  Era absurdo ver a Enrique Ochoa Reza quejándose de la corrupción de Morena. El dinosaurio gruñiendo desesperado para intentar infundir miedo.

«Los mexicanos merecemos un cambio. Si nos chingan, ni modo. Pero que nos dejen calarle», me dijo un taxista que me llevó a la calle de Chihuahua, casi esquina con Monterrey en la colonia Roma, para recoger mi acreditación. La número 471.

Al siguiente día, los mexicanos, no solo hablaron. Gritaron. Eligieron. Y de forma contundente.

Bien lo  twiteó el politólogo del ITESO Jorge Rocha: Con el 53 por ciento de los votos que AMLO obtuvo, «ni la segunda vuelta hacia falta».

Soy de los que cree que no nos va a chingar como dijo el taxista. Pero si estoy consciente que no la tiene nada sencilla. El país es un desastre y no hay forma de componerlo a corto plazo.

Al menos el dólar amaneció a 20 pesos el 2 de julio.
La tormenta en Venezuela del Norte jamás llegó.***Andrés Manuel no triunfó el 1 de julio. Ya había ganado desde mucho antes.Comenzó su camino a la victoria el mismo día después de que perdió con Peña Nieto en 2012. Los augurios de AMLO terminaron por hacerse realidad. La corrupción en el círculo cercano de Peña Nieto. La violencia de la delincuencia y el crimen de Estado en Ayotzinapa. La crisis económica y las fallidas reformas estructurales fortalecieron al tabasqueño como un profeta moderno que predicaba contra el modelo neoporfirista. Nos fuímos al despeñadero.
En la campaña de 2018, aún así, se dedicó a trabajar como si fuera perdiendo.  Volvió a visitar todos los municipios. Todos los días desde temprano. Estuvo a punto de llegar tarde a un debate, porque en lugar de ensayar, visitó comunidades en la mañana de ese domingo.  AMLO ha aprendido bien.
Y si a alguien le quedaban dudas de su inminente victoria, desde su cierre de campaña en el Estadio Azteca, donde cantó Eugenia León y Belinda, dejó en claro la tenía  en la bolsa. Aquello más un discurso de toma de posesión que de cierre de campaña.
» Concluido el proceso electoral y hasta la toma de posesión del primero de diciembre, nos dedicaremos a elaborar el programa de gobierno que está ya esbozado en el proyecto de Nación 2018-2024, y que llevaremos a la práctica con la participación de la gente»

Con más de 20 puntos en las encuestas, no faltaba quien siguiera poniendo en entredicho los pronósticos. En cualquier país con tradición democrática, no habría dudas. Pero en México, la pregunta era: «Lo dejarán llegar?».Pues llegó. Y lo tuvo que hacer con una paliza. Casi al 3 X 1 sobre su rival más cercano. Ya no había dudas. Una nueva era arrancaba en México.

Y no solo eso.
En la sala de prensa del Instituto Nacional Electoral, en Tlalpan, donde todos esperábamos los resultados, los periodistas, como en un enjambre de abejas, se arremolinaban de un lado a otro sorprendidos: «Sheinbaum arrasó»,  «Ganó Cuauhtémoc Blanco, con más de 30 puntos en Morelos». «Ganó Rutilio en Chiapas» «En Veracruz Cuitlahuac va a adelante». «Morena será la primera fuerza en la Cámara de Diputados Federales», «En el  Senado también». Todo eso decían.
Y lo impensable:
«Morena ganó en Atlacomulco. La tierra de Peña Nieto».
Nada podía ser mejor.
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Andrés Manuel tuvo su pasión y su calvario en 2006. En 2012, lo volvió a intentar. Pero para muchos ahí había muerto el mesías tropical, como lo calificaron los intelectuales orgánicos de lo que el tabasqueño calificó como la mafia del poder.Y contra todos los pronósticos vino la resurrección. Ante los yerros del imperio peñista-romano, López Obrador resucitó. Y ascendió al cielo el 1 de julio de 2018.La euforia se había desatado.Las felicitaciones de Jefes de Estado, las llamadas telefónicas o cartas de sus acérrimos adversarios. Hasta Felipe Calderón y Vicente Fox (a regañadientes, porque perderán su pensión) lo felicitaron. Y Carlos Salinas de Gortari, su némesis por excelencia, también lo hizo en una carta.  Donald Trump lo haría el lunes 2 de julio.  Y las aguas de los mercados, tibias y tranquilas. Ninguna tormenta como vociferaban los agoreros de la tragedia.
Pero ahora, viene lo más difícil.  La República del Amor, no se hará en un día. Le toca ahora cumplir las expectativas que de él, tiene el pueblo mexicano. Y que le exijamos también a que alcance lo que él mismo se comprometió:
No más gasolinazos. Revisar las regresivas y privatizadoras reformas estructurales de Peña. Emprender programas de austeridad para ahorrar 500 mil millones de pesos, incluyendo la reducción a la mitad de su propio salario. Reformar la Constitución para que el presidente sea juzgado por delitos de corrupción. Vender el avión presidencial y cancelar la pensión de sus controvertidos antecesores. La gente no quiere más derroche.
Y más: descentralizar las secretarías de Estado, revisar los contratos del sector energético y del polémico Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México, reducir el IVA y el ISR al 8 % y 20 % respectivamente en la frontera, cobertura universal en hospitales públicos e internet gratis.
Y hay dos, particularmente complicadas. La primera y más urgente: Terminar con la inseguridad  y la crisis de derechos humanos que lacera al país. Lo cual, no se puede hacer con una varita mágica. Ni solo con amnistías.
Y la otra terminar con la corrupción, que si bien, muchos coincidimos en que es la madre de todos los males, no se esfumará con la simple llegada de un presidente honesto y con su ejemplo. Ni siquiera en el círculo cercano de AMLO ha sido así.
Vaya desafíos los que se asoman en el próximo sexenio. Pero el presidente López Obrador cuenta con un bono democrático impresionante.  La gente, le tendrá más paciencia que a otros, no sólo porqué es querido, sino por una sencilla razón: Saben que le dejaron un país en escombros. Y llega querido, no repudiado, como sus dos antecesores.
El mismo se puso muy alta la vara. Y está consciente de ello.
En el Zócalo, flanqueado por su esposa, sus hijos y sus compañeros de lucha. Ante miles de mexicanos en la plancha del Zócalo, y en cadena nacional, en esa noche histórica que jamás olvidaremos, lo escuché dejarlo en claro:
«No voy a decepcionarles. No voy a traicionar al pueblo. Mantengo ideales y principios, que es lo que estimó más importante en mi vida  Y también confieso que tengo una ambición legítima: quiero pasar a la historia como un buen Presidente de México»
En el casi inhabitado Olimpo de los buenos políticos mexicanos, hay un sillón disponible:
Junto a Lázaro Cárdenas.
Junto a Madero.
Junto a Juárez.
El tiempo dirá si Andrés Manuel López Obrador, toma ese lugar que sus antecesores no lograron alcanzar.