Ahora que «Cleo», personaje de la película «Roma», enamoró los corazones de México y el mundo, se reabrió el debate sobre las condiciones en que realizan sus labores las trabajadoras del hogar.

Recuperamos este reportaje publicado en el año 2013 en La Gaceta de la Universidad de Guadalajara, sobre como las trabajadoras del hogar, muchas de ellas, vienen de comunidades indígenas a las ciudades y sufren de una discriminación histórica.

 

Por Julio Ríos

25 Febrero 2013

 

Resplandecientes torres de cristal y acero se levantan en el norponiente de la ciudad y casi arañan las nubes. Aquello es como un reino de ensueño, donde las torres de departamentos y las mansiones son los palacios de hoy. En esas suntuosas colonias también hay princesas y apuestos caballeros. Y para atenderles, también servidumbre.

A diferencia de los cuentos de hadas, la “criada” (como algunos le dicen peyorativamente) jamás podrá casarse con el galán como una Cenicienta. Estigmatizadas e invisibles, analfabetas, de origen indígena y orilladas por la necesidad económica, las trabajadoras del hogar en Guadalajara aceptan someterse a condiciones equiparables a la esclavitud.

Rodeadas de lujos que no son para ellas, laboran en colonias como Valle Real, Puerta de Hierro, Colinas de San Javier, Providencia, Bugambilias, Country Club. También trabajan en Chapalita, la Seattle u otros barrios de clase media alta.

Abundan los casos en que reciben un salario de miseria, apenas coqueteando con el sueldo mínimo. Un estrecho cuarto en el más alejado rincón de la mansión las aloja.

“Es el peor sector, en el que menos se observa la vigencia de derechos laborales. No tienen contratos, la jornada laboral es discrecional. Si hubiera aguinaldo es más bien una caridad, no hay reparto de utilidades, prima vacacional, ni Infonavit”, expone la investigadora del Centro Universiario de Ciencias Económico Administrativas, María del Rosario Cervantes Martínez.

La doctora en Economía por la Universidad Nacional Autónoma de México, añade: “La falta de prestaciones acrecenta la vulnerabilidad social. Si se enferman, no tienen seguro social; si se embarazan, simplemente las lanzan a la calle. No hay jubilación que les garantice vejez digna. Y lo peor es la falta de certeza laboral: en cualquier momento las pueden correr y ya”.

De acuerdo a cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), casi un millón y medio de mexicanas se dedica al trabajo remunerado en los hogares, de las cuales el 3.5 por ciento, es decir 52 mil, son jaliscienses.

La presidenta del Instituto Jalisciense las Mujeres, María Elena Cruz Muñoz, sostiene que en esta actividad hay un profundo sesgo de género: “El 94 por ciento son mujeres y sufren discriminación múltiple: por sexo, edad, por pertenencia étnica y condición socioeconómica”.

Sus historias

A Rosita hay que sacarle las palabras con tirabuzón. Es nahua, de piel morena y pómulos abultados, retraída y rara vez arranca la mirada del piso. Mientras sus amigas abren una lata de atún para untarlo en un pan, con frases cortas platica que hace un año salió de Jacotán, Hidalgo, para trabajar en un departamento de Providencia.

—Me pagan 100 pesos por día.

—¿Y qué haces?

—Barrer, trapear, sacudir, y hay veces que me ponen a lavar baños.

—¿Es muy pesado?

— No. Ya me acostumbré —dice con resignación.

Lety es otra jovencita de Tala, más desenvuelta: “Trabajo de ocho a una, depende de a qué hora acabe, y me pagan 100 al día. A una casa voy lunes, miércoles y viernes; martes y jueves a otra y los sábados en un departamento”. Y presume: “Me dieron 300 pesos de navidad en una casa”

—¿Te han maltratado?

—A mí no… Hay que agarrar el modo. A mi mamá sí la regañan feo. También trabaja así. Depende los [jefes] que te tocan.

Rosita y Lety aún tienen rostros infantiles y sueñan con estudiar la prepa. Son de las pocas trabajadoras del hogar que aún acuden al parque Rubén Dario, en la colonia Providencia. Este lugar era punto de reunión para trabajadoras del hogar, que domingo a domingo comían antojitos y se reunían con muchachos, en busca de un novio.

Pero en octubre de 2003, las señoras de la colonia se quejaron porque “las sirvientas daban mal aspecto”. El ayuntamiento panista de Fernando Garza envió policías para retirar a la “chusma”, como las llamaban las señoras “copetonas”. Al menos 32 indígenas fueron detenidos con el pretexto de que se embriagaban.

En aquella ocasión, tanto Margarita Robertson, responsable de la Unidad de Apoyo a Comunidades Indígenas; el diputado Quintín Velázquez y el investigador de la Universidad de Guadalajara, David Coronado, coincidieron en que hubo intolerancia y racismo en el desalojo. La Comisión Estatal de Derechos Humanos comenzó una investigación de oficio. A petición de La gaceta, se pidió a la oficina de prensa del organismo información sobre el destino de esa indagatoria, pero no fue entregado.

Doña Cata es de las que ya no van al parque. Es una mujer mixteca que gana 600 pesos semanales: “A mí me quieren como de la familia. Ya llevo 18 años trabajando”, masculla.

Al mencionarle términos como: fondo de ahorro, reparto de utilidades, prima vacacional,  vales de despensa, fondo para el retiro o Infonavit, doña Cata “pela” los ojos y agrieta la frente: “No, no me dan eso…”, responde.

—¿Ha pensado en qué va a hacer cuando esté más grande?

—No sé, ni puedo regresarme a Guadalupe de Portezuelos… ya no hay nadie: se murieron.

Cata no tiene familiares ni hijos. Si correo con suerte y no la echan a un asilo o a la calle, quizá pueda morir en la casa en donde trabaja, con el trapeador en la mano.

 

Ley discriminatoria

 El experto en derecho laboral del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, Eutiquio Dueñas Peña, detalla que el trabajo en el hogar sí está regulado por la Ley Federal del Trabajo, en los artículos 131 al 343.

“Está catalogado como trabajo especial y difiere de cualquier otro. El salario se fija de común acuerdo y se puede pactar menos del mínimo. No obligan a utilidades, ni ahoras extras, ni obliga a dar seguro social”.

El reporte titulado “Derechos iguales para las trabajadoras del hogar en México” y publicado por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) en 2012, argumenta que la legislación mexicana, con la Ley del Trabajo y la del IMSS, es discriminatoria en este renglón.

“Limitan los derechos de los y las trabajadoras del hogar y no garantizan la igualdad real de oportunidades y de trato, en comparación con las y los trabajadores en general”, afirma el reporte.

Las tesis aisladas de jurisprudencia que existen en este tema, también son discriminatorias, de acuerdo con el documento “Los derechos fundamentales de las trabajadoras del hogar”, elaborado por Ileana Moreno Ramírez, para la Suprema Corte de Justicia.

María Elena Cruz Muñoz asegura que México está retrasado, en comparación de países como Uruguay, donde sí se exige a los empleadores a dar todas las prestaciones a las trabajadoras del hogar.

Agrega: “Existe el Convenio 189 que firmó México con la Organización Internacional del Trabajo para dignificar el trabajo doméstico. Ordena que se le dé certeza jurídica con reformas legislativas. Pero aún está pendiente que este acuerdo lo ratifique el Senado”.

Eutiquio Dueñas aclara que las trabajadoras del hogar pueden acudir a la Procuraduría de la Defensa del Trabajo y ahí les dan asesoría gratuita; sin embargo, tanto Cruz Muñoz como Cervantes Martínez admiten que eso es improbable, pues no conocen sus derechos, ni a esas instituciones, pues al Estado mexicano no le ha importado dárselos a conocer.

Según el documento de Moreno Ramírez, las trabajadoras del hogar tienen pocas redes de apoyo. “Ha habido intentos de sindicatos. Existió el “Sindicato de Trabajadoras Domésticas en México, de 1920 hasta 1950, pero no tuvo demasiado éxito”.

Actualmente existen esfuerzos como el Centro de Apoyo y Capacitación de Empleadas del Hogar, que encabeza Marcelina Bautista y que cuenta con oficinas en la Ciudad de México. También está la Red Nacional de Trabajadoras del Hogar en México, con organizaciones en cuatro estados y esperan tener pronto una en Jalisco, de acuerdo con su líder Lorenza Gutiérrez Gómez.

“Hemos ido a Guadalajara para ver si hay la posibilidad de la creación de una organización de trabajadoras del hogar. Hemos tenido buena respuesta. El 18 de enero acudimos a presentar nuestro último libro y juntamos un grupo de mujeres y hombres que se han estado reuniendo. Vamos a publicar un cuadernillo sobre los derechos de las trabajadoras del hogar y el 30 de marzo, Día Internacional de las Trabajadoras del Hogar, entregarlo”, concluye en entrevista Lorenza Gutiérrez.

 

 

Una labor, múltiples denominaciones        

“Gata”, “chacha”, “criada”, “sirvienta”, son términos que reflejan la carga discriminatoria que se le imputa al trabajo en el hogar como una condena. Y si no, se recurre al eufemismo: “la señora de la limpieza”, “la que nos ayuda” o simplemente la “muchacha”.
Hasta la denominación “empleada doméstica”, acuñada por la Ley Federal del Trabajo, es anacrónica y despectiva, de acuerdo con la Conapred, que mejor recomienda utilizar la expresión “trabajadoras del hogar”.
“Si las llegan a llamar por su nombre, no lo dicen completo, sino solo Mary o Lupita. Y los cuartos donde duermen llevan carga implícita de discriminación: están a la orilla o son pequeños y oscuros”, agrega la investigadora Rosario Cervantes.
En algunas mansiones se les exige uniforme, lo cual las marca aún más. “Se les ve como una propiedad y son vulnerables a acoso y ataques sexuales”, asevera Cervantes.
Este esquema de sometimiento nació en la época colonial, se afianzó en el porfiriato y perpetúo en la televisión y el cine con personajes como “La criada bien criada” o la “india María”.
Para combatir esto, el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar, lanzó la campaña “Por un trabajo digno”. Frases como “Tratarme mal no te hace superior a mí”, buscan concientizar sobre sus derechos.
A pesar de ello, el panista Luis Pazos declaró a El Financiero, en diciembre de 2010, que si se reglamenta ese mercado y se vela por sus derechos laborales, habría “desempleo de sirvientas”, por lo que es mejor dejar todo como está.