Julio Ríos

@julio_rios

Por más que haya innovaciones en los debates electorales, no hay formato que aguante el peso de siete candidatos. Y eso ocurrió con el ejercicio del pasado domingo entre quienes buscan la gubernatura de Jalisco.

Ya con un análisis más frío de lo que fue el Segundo Debate, se refuerza mi hipótesis, de que debería de haber debates eliminatorios, o filtrar por las encuestas, para que en el debate estelar solo hubiera cuando mucho tres aspirantes.

Sin embargo, los defensores de la equidad electoral se rasgarían las vestiduras.  Este es un viejo tabú de la democracia mexicana que nadie se ha atrevido a romper. Si alguien osa siquiera  plantearlo es visto como un blasfemo de la democracia.

El pasado domingo, el papel de los moderadores Sonia Serrano, Enrique Toussaint y Raúl Frías Lucio, fue fenomenal. Sus preguntas demostraban un conocimiento y trabajo previo para construirlas, con cifras y contexto, gracias a su bagaje periodístico A diferencia de algunos candidatos, los moderadores no improvisaron.

Muchos se quejan de que los moderadores lucieron más que los candidatos. Eso es cierto, sí lucieron más. Pero eso es problema de los candidatos, que se mostraron muy limitaditos. Los moderadores hicieron lo que les tocaba.

Si los candidatos son malos, no es culpa de los tres excelentes periodistas que participaron.

Otros se quejan que eso no fue debate, sino una entrevista grupal. Suponiendo que así fuera, es abismalmente mejor que lo que vimos en el primer debate y en los ejercicios de hace seis y doce años. Esos si eran acartonados.

Pero parece que con nada le dan gusto a algunos.

No obstante no habrá formato que luzca mientras sean tantos candidatos. Este mismo formato, perfeccionado con la oportunidad de interpelarse entre los aspirantes y preguntándose sin pelos en la lengua de forma directa, contrastando perfiles también, no sólo propuestas, sería mucho mejor. Pero solo con tres participantes.

El ejercicio del domingo dejo claro que solo Enrique Alfaro, de Movimiento Ciudadano; Carlos Lomelí, de Morena y Miguel Castro, del PRI; están en la contienda. Los demás, son de relleno.

Alfaro, fue el mejor. No fue a improvisar. Fue el único que contaba con cifras y un diagnóstico claro y propuestas. Además no se ensució las manos contestando ataques. Lució sólido y con empaque.

Castro, tuvo un desempeño más notable que en el primer debate. Lo noté articulado.  Lo malo es que ya es demasiado tarde para él. Tiene dos maderos en forma de cruz sobre su espalda: El PRI y el peñismo. Y por más esfuerzos que hace, es difícil zafarse de eso y mostrarse como candidato autónomo.

Lomelí, entendió que no podía tragarse los ataques y contraatacó. Y sacó una base Airport (que no disco duro) con supuesta información de Alfaro, como parodia a la famosa USB roja. Aunque en cuanto a cifras y diagnóstico, fue el que menos datos presentó de los tres punteros. Y dejando en claro que el es quien está en animo de López Obrador.

Por último. Difícilmente, los debates modifican tendencias. Parece ser que los electores ya definieron su voto. Y es en este sentido, donde nos debemos preguntar, si los debates están cumpliendo realmente ese papel como herramienta para informar a los electores par tomar una decisión razonada.

Sin duda, aún distan mucho de serlo.

El pilón:

Debería preocuparnos que en materia de derechos humanos, los candidatos están perdidos.

El mejor, fue, como casi en todo, Enrique Alfaro. Muy bien asesorado  al detallar de forma impecable cuales son los Derechos Humanos de 1ra, 2da, 3ra y 4ta generación.

Y coincido. Si algo necesita refundarse y sacudirse es el sistema de procuración de justicia para atender la crisis de los desaparecidos.