Con los últimos sucesos de la Pandemia del Corona Virus COVID19 y la caída del peso frente al dólar, ya muchos no recuerdan lo que pasó el 13 de febrero pasado, cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador convocó a los empresarios más acaudalados del país a una cena en el Palacio Nacional, para cenar tamales de chipilín y pasarles la charola para solicitar su apoyo voluntario para la compra de los boletos de la Rifa del Avión Presidencial.

¿Qué tiene que ver aquel capítulo con lo que está pasando con el Corona Virus ahora?  He comentado en distintos espacios, que hoy más que nunca, se requiere que el presidente ejerza un liderazgo formal, con categoría de auténtico estadista, para hacer frente a la turbulencia de salud y económica que azota a nuestro país. Que es tiempo de dejarse de chistoretes y de presumir estampitas que le regala la gente para protegerse del mal. No lo ha hecho.

Mucho pregonó Andrés Manuel López Obrador, sobre todo en su toma de protesta, que por fin había llegado el momento de la anhelada separación del poder económico y el poder político. Para muchos, el haberse sentado con los empresarios más ricos del país en la misma mesa aquel 13 de febrero, fue un rompimiento de esa promesa.

Yo no veo mal que lo haya hecho. Ni que “haya roto la promesa”. Más bien creo que quemó ese gran cartucho de pólvora en un infiernito: la rifa del Avión Presidencial.

Haber convocado a los grandes empresarios en un cónclave, solo para eso, me pareció un desperdicio de una gran oportunidad simbólica para una rifa que a esas alturas ya era chunga.

Ese poder de convocatoria que tiene el presidente, se requería ejercer ahora. Es hoy cuando se necesita llamar a una gran convocatoria social, y sentar a los líderes empresariales del país para enfrentar ese gran tema que amenaza la estabilidad nacional en varios sentidos, como es el Corona Virus.

López Obrador tiene toda la legitimidad, para ejercer un liderazgo que le urge a este país en estas épocas de zozobra. Pero parece que lo ha malgastado. Lo ha ido dilapidando en conferencias matutinas, en mitines los fines de semana donde repite los mismos discursos y malos chistes.

Y precisamente, desde el pase de charola, a esta crisis del Coronavirus, es el período de tiempo en que la figura de López Obrador ha sufrido el mayor desgaste en sus niveles de popularidad, alrededor de 20 puntos porcentuales.

En esos mismos estudios, López Obrador aún sigue manteniendo mayor popularidad que sus antecesores. Aún le queda bastante legitimidad. Basta que se decida a ejercer ese papel que la historia le tiene reservado: el del líder que tanto necesita México en medio de la tormenta.

El presidente López Obrador ha dicho que aspira a ser alguien de la talla de Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas. Pues hoy es el tiempo de demostrarlo.

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