Fotografía: Arturo Campos

 

El 6 de diciembre del 2009, el reportero Julio Ríos publicó esta crónica sobre el escritor José Emilio Pacheco.   

En este relato se rememora el triunfo del Premio Cervantes para el mexicano, que coincidió con una de sus visitas a la Feria Internacional del Libro de Giadalajara, ciudad a la que el poeta amaba entrañablemente.

Hoy, con motivo del quinto aniversario de la muerte del último de los grandes de la poesía latinoamericana, retomamos este texto en el que se refleja el espíritu sencillo de Pacheco.

Y es que el maestro dejaba en claro que lo suyo no eran los tumultos, ni los reflectores, sino la lectura, la creación literaria y la entrega a su familia. Particularmente a su esposa Cristina, quien lo abrazaba el viernes por la noche cuando el poeta se quedó dormido, para nunca despertar.

Pacheco fue un hombre con una sencillez proporcional a su grandeza.
Asi lo refleja esta frase dicha en la crónica que a continuación presentamos:
“O eres escritor, o eres famoso. Las dos cosas son incompatibles”.
Para Pacheco, ambas cosas son y serán eternamente posibles…

 

Aquellas fueron horas intensas para José Emilio Pacheco.

Recién llegado de España, donde recibió el Premio Iberoamericano de Poesía “Reina Sofía”, el pasado 29 de noviembre ya lo esperaban homenajes y multitudes de admiradores en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara para celebrar sus 70 años de vida enormemente productiva.

A todo este maremágnum, como una trama redactada a la medida, el día 30 se dio la noticia de que el escritor mexicano es el ganador del Premio Cervantes 2009.

La víspera, Pacheco decía: “No creo que yo gane el Premio Cervantes”. Quizás era el deseo inconsciente de que terminaran los homenajes para irse a hacer lo que realmente le gusta: escribir, leer, disfrutar. Él mismo lo dice: “O eres escritor, o eres famoso. Las dos cosas son incompatibles”.

Pero la fuerza de su poesía es ya incontenible y sus alcances están fuera del control de su autor.

“Y es que la poesía no hace más que lograr lo imposible. Así lo hace José Emilio”, explica la poetisa argentina Tamara Kamenszain.

El 29 de noviembre, Vicente Quirarte, Darío Jaramillo, Jorge Esquinca y la misma Tamara Kamenszain ofrecieron un auténtico buffet de poesía para alimentar a centenares de asistentes al Auditorio Juan Rulfo.

La cascada de admiradores se desataría el lunes 30. Ese día, alrededor de las siete de la mañana, a José Emilio Pacheco le comunicaron que es el ganador del Premio Cervantes 2009, concedido por el Ministerio de Cultura de España y dotado de 125 mil euros. Otros mexicanos ganadores de ese premio han sido Octavio Paz, Carlos Fuentes y el amigo de Pacheco, Sergio Pitol.

 

A su llegada a la FIL, comenzó a ser asediado por enjambres de reporteros, los caza-autógrafos y chicos hambrientos por llevarse a su hogar una fotografía con el maestro.Ante la expectación, José Emilio ofreció una conferencia de prensa. “Esto es maravilloso, una irrealidad. Me he quedado patidifuso, zorimbo y turulato”, expresó. Todos los medios rescataron esta precisa declaración. Y sobrio, exclamó: “Estoy feliz y más porque se da en el marco de la FIL, que es mi casa”.

El autor de un sinnúmero de poemas y de la columna semanal Inventario, dijo a los periodistas: “En este momento yo no acababa de asimilar el Reina Sofía; imagínate cómo estoy ahora, es un sentimiento de irrealidad total y absoluta (…) Por supuesto yo tengo un agradecimiento muy grande y una satisfacción muy profunda, pero siempre he pensado cuando me dan un premio, que no se lo han dado a tal o cual escritor que lo merecía más que yo, pero no lo digo porque se me hace ofensivo para el jurado que me hizo el favor de escogerme”.

Dentro de la felicidad por el nuevo reconocimiento, considerado el Nobel de la literatura hispánica, José Emilio Pacheco tenía una gran preocupación que no tardó en externar:“¿Cómo creen ustedes que yo me puedo levantar de aquí para irme a trabajar? No sé si podré seguir escribiendo; tengo muchas ideas, muchos proyectos. También hay cosas que quisiera leer y que sé que no voy a alcanzar a leer.”

Ese mismo lunes, un comunicado de Felipe Calderón felicitaba a Pacheco por el premio y por enriquecer el acervo cultural de México, promoviendo las letras nacionales en el ámbito internacional.

Por la tarde, en el salón José Luis Martínez, prosiguió el homenaje. El peruano Julio Ortega, la argentina Tamara Kamenszain y Adolfo Castañón participaron en una mesa de crítica literaria. Pacheco, en primera fila, bebía sus palabras.

A la misma hora, el venezolano Rafael Cadenas, ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, se reunía con jóvenes; Carlos Monsiváis presentaba Apocalipstick, y Ray Bradbury ofrecía una videoconferencia desde Los Ángeles. Sin embargo, Pacheco era lo más importante de la FIL. A su paso, causaba tumultos.

“La poesía de Pacheco es de lo poco genuino que nos queda luego del fratricidio político prevalente y de la comercialización creciente de esta vida cada vez menos cotidiana”, expuso Julio Ortega.

El triunfo y el buen humor de Pacheco contrastan con la crudeza del realismo de su obra. “Sólo alguien que cree demasiado en nosotros puede ser pesimista de lo mucho que puede el hombre contra sí mismo, y optimista de lo mucho que puede a favor de otro hombre”, concretó Ortega.Adolfo Castañón, por su parte, hizo hincapié en piezas de Pacheco que calificó de admirables por su economía expresiva y su lucidez transparente: “La moda pasa de moda. La desnudez sigue intacta”, parafraseó.

Al término de esta mesa de crítica literaria, los medios volvieron a abordar a Pacheco. “No he dejado de hablar desde las 7:58 de la mañana. Ya no puedo hacerlo con lucidez y repito lo mismo –bromeaba–. Me he quedado turulato y soy incapaz de entablar un diálogo. Si sigo así, repitiendo lo mismo en todas las entrevistas, mañana deberé inventarme otra biografía”.

Hablando del amor…

La tarde del martes 1 se programó el encuentro con estudiantes, titulado: “Mil jóvenes leen Las batallas en el desierto” en el Auditorio Juan Rulfo. Ante la Pachecomanía, el lugar se vio rebasado. Más de 2 mil personas, la mayoría con menos de 20 años, llenaron el salón. El personal tuvo que traer más sillas ante el éxito de la presentación. José Emilio Pacheco estuvo flanqueado por Xavier Velasco, escritor en boga.

“Venimos aquí a hablar de esta obra fundamental para entender la literatura mexicana contemporánea. No hablaremos hoy del premio Cervantes, sino de algo más importante que el premio: el amor”, explicó el joven autor de Diablo guardián.

“Y es que el amor sigue siendo visto como una enfermedad. Pero sobre todo, lo más triste es el amor de los niños y los ancianos, porque no tienen esperanza de lograrse”, explicó José Emilio.

Las maestras cuarentonas se mezclaron esa tarde con los rostros bisoños. Desde personas que agradecían a Pacheco por haberles regalado Las batallas en su juventud, hasta los preparatorianos que le presumían la adaptación su novela en obra de teatro escolar. “Me interesa muchísimo ver eso. ¿Lo tienen en video? ¡Sí! ¡Envíenmelo!”, decía emocionado el autor nacido en 1939 en el Distrito Federal, quien a sus 70 años lo ha tomado “como si tuviera 20”.

Los muchachos luchaban por el micrófono. Pacheco explicaba que para que alguien se identifique con una obra, el lector debe encontrar algo similar a él o a sus vivencias.

“Y me da mucho gusto ver que me pregunten si esta novela es autobiográfica. No lo es, lo he dicho siempre. Sólo refleja una época, un ambiente. Pero que crean que es autobiográfica quiere decir que encontré autenticidad. Hasta la fecha, me siguen preguntando, en razón al libro, que qué pasó con mi hermano… y les respondo: ¡Yo no tengo hermanos!”. Luego, las carcajadas cesan ante el garbo de sus reflexiones: “La literatura es el juego entre la verdad y la mentira. La mentira que sirve para decir la verdad”.

Una a una, desgranó frases que atraparon a los jóvenes presentes y desataban aplausos. “La novela y los cuentos son grandes chismes. Y es que la literatura responde a esa gran necesidad humana del relato. Las relaciones humanas están basadas en contar lo que nos sucede”.

Pacheco admitió que nunca creyó que casi 30 años después sus libros seguirían conquistando nuevos lectores. “Eso no es mérito del autor, sino que demuestra la autonomía del texto”.

Recordó aquella generación que formó con sus amigos Carlos Monsiváis y Sergio Pitol. “Nunca hubo rivalidad. Pero a todos nos fue bien. Pitol era mayor que nosotros y es inconmensurable lo que leí gracias a él. Luego él sí pudo irse a Europa. Nosotros no teníamos dinero y aunque mandamos trabajos a todos los juegos florales que se nos atravesaban, nunca ganamos ni siquiera una mención honorífica”, dijo entre risas.

Y recuerda, con puya, una de sus anécdotas. “Cuando en el desaparecido Centro Mexicano de Escritores me invitaron a firmar unos ejemplares, me encuentro con que uno era para Miguel Alemán. Entonces no supe qué hacer. Dudé en dejar el libro sin dedicatoria o en poner algo cínico. Pero finalmente decidí poner lo siguiente:    “Para el licenciado Miguel Alemán, porque sin usted no existiría este libro”.