Julio Ríos

@julio_rios

A una semana de la explosión de Tlahuelilpan en Hidalgo, ya con la cabeza más fría, podemos compartir algunas reflexiones relativas a esta tragedia.  Y estas van engarzadas a un solo concepto: siempre, quienes están en el eslabón más débil, son los que pagan los platos rotos.

Todas las tragedias son multifactoriales. Tanta culpa tienen los delincuentes que dieron el primer pinchazo, como quienes se pusieron en una situación de alta peligrosidad por su propia voluntad (a pesar que ya se habían dado experiencias similares de incendios en tomas de ese poblado y sabían lo que podía pasar).

Y también tienen responsabilidad las autoridades. Las actuales, por su negligencia. Y las pasadas por generar las condiciones de pobreza que orillan a los pobladores a tomar estas falsas salidas. Y en Tlahuelilpan, los reportajes han retratado un ejemplo del abandono histórico del Estado mexicano.

Y quiero dejar claro que en esta última frase no intento romantizar la delincuencia ni hacer apología del delito. Para nada. Tan negativa es esta conducta ilícita, que cometerla ya provocó muertes. Basta recordar a Johan Galtung, quien en su triangulo de la violencia explica que la violencia estructural (fuente de la violencia directa) está sustentada en las omisiones del Estado que no permiten a las personas satisfacer sus necesidades más básicas.

Pero enfoquémonos en la negligencia. No me refiero a los efectivos del ejército. De por sí la milicia está en un proceso de desgaste en su imagen desde que los sacaron a las calles sin las herramientas jurídicas adecuadas.

Ellos eran pocos ante la turba que participaba en aquella extraña verbena, bailando junto a un geiser de gasolina. Además de que acercarse habría provocado que se diera un enfrentamiento o que a ellos también les hubiera tocado la explosión. Creo que la responsabilidad más bien es de sus superiores. Y explico por qué.

Es cierto que más valían 100 o 200 detenidos que 109 muertos. Pero las autoridades tuvieron al menos cuatro horas para enviar más efectivos y sobre todo, a policías y elementos de protección civil (que tienen mayor experiencia en el manejo de masas y no el ejército, cuya misión no es esa). Además, debieron enviar a los bomberos para actuar inmediatamente ante un escenario de inminente tragedia.

Ni por la cercanía con Pachuca lo hicieron. Y lo peor: en cuatro horas las autoridades de Pemex no fueron capaces de cerrar el ducto.

Ahora. Como en todas las modalidades delictivas, el eslabón más débil es la población. Y el huachicol no es una excepción. Los funcionarios que protegen estas actividades y los que las cometen de forma organizada, salen salvos e impunes y a quienes le ocurren las tragedias es a las personas.

La rapiña tristemente es común. Cuando un camión se voltea en la carretera, hemos visto casos de quienes saquean las cajas de jitomate o de huevos para llevarlas a sus hogares. Excepto si es un vehículo con libros, por supuesto. Ahí nadie hace rapiña.

Pero aún así- y lo escribió muy bien Sergio René de Dios Corona en NTR- no se vale decir la frase: “Se lo merecían”. Eso, que muchos expresan en las redes sociales, demuestra la deshumanización de nuestra sociedad. Es cruel, porque nadie, absolutamente nadie en el mundo merece eso y nadie tenemos la superioridad moral para juzgar en ese sentido.

Esa frase que curiosamente algunos aplican de forma indiscriminadamente para sentenciar de forma sumaria a una víctima de feminicidio o a alguna persona que se encuentran en un lote baldío: “Lo merecía, por llevar esa faldita” o “Lo merecía porque sabe en qué andaba metido”.

Así de insensibles somos.

Y luego hay quienes hasta se burlaban de la reimpresión de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes por parte del Gobierno Federal. A pesar de que este tipo de expresiones en redes sociales nos confirman que efectivamente, a esta sociedad le hace falta recuperar los valores y el civismo.

Muy distinto es decir: “Se pusieron en una situación de alta peligrosidad por su propia voluntad”, que decir “Se lo merecían”.  El lenguaje importa.

Duele. Sin duda duele esta tragedia, que ya es una de las mayores en la historia de México.

Y fueron, los que están en el eslabón más débil, quienes una vez más, sufrieron las consecuencias.